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Sueños de Purpurina

It's Halloween!

La bruja piruja

Un buen día, hace ahora ya muchos y muchos años, los habitantes de la ciudad de Rosa se despertaron desconcertados por el ruido de las trompas del Rey, que abrían paso a los mensajeros, los cuales proclamaban:

- Por orden de su majestad, se hace saber la llegada a nuestra ciudad de la terrible bruja piruja. Con los adultos es inofensiva, pero dicen que tiene poder para eliminar a todos los niños que se le pongan por delante. Por tanto, por esta real orden, todos los niños se quedarán encerrados en su casa hasta que la bruja piruja haya desaparecido y, con ella, el peligro para nuestros pequeños.


Había en la ciudad dos hermanos, Dolors y Bernardo, que se sintieron muy contrariados al sentir el bando, porque tenían pensado ir al bosque a buscar fresas, que por esa época estaba lleno.

Como Dolors, además de valiente, que era muy lista, propuso a su hermano:

- Podríamos ir al bosque disfrazados de matorrales. La bruja no nos vería y podríamos coger las fresas que quisiéramos.

Parecían totalmente dos espanta pájaros, cubiertos de ramas y hojas. Nada más llegar al bosque, vieron a la bruja que bajaba desde su escoba. Lo peor de todo era que Edu, el hijo del leñador, iba a tonteando por allí persiguiendo mariposas.

Desde su escondite, los dos hermanos vieron que la bruja se mojaba un dedo con saliva y decía, tocando la cabeza del niño:

- En oruga te has de convertir...

Y Edu se convirtió en una oruga.

Bernardo y Dolors se quedaron tan sorprendidos y atemorizados que no se atrevían a moverse. Hacía mucho calor, vieron que la bruja se quitaba su gran sombrero acabado en punta y lo dejaba en un lado, para tumbarse encima de la hojarasca y hacer una siestecita.

- Si la bruja no tuviera saliva, no podría hacer desaparecer a ninguno otro niño- razonó Dolors con un hilo de voz.

¡Y cómo roncaba! Estaba feísima, con la boca abierta, aquella narizota tan fenomenal y las greñas enmarañadas y escampadas.

Dolors susurró al oído de su hermano, y mientras él vigilaba, muerto de miedo, la niña corrió hasta casa del albañil, cogió un saco de yeso y volvió al bosque. Por fortuna, la bruja todavía estaba con la boca abierta. Rápidamente, Dolors vació el paquete de yeso dentro de su boca.

La bruja se despertó y comenzó a gritar. Y resultó que, cuanto más gritaba, mejor se mezclaba el yeso que tenía en la garganta con su saliva, hasta que se formó un tapón que no dejó pasar ningún grito.

Dolors, plantada ante la bruja, dijo:

- Vieja piruja, cuando hayas devuelto a Edu y a todos los demás niños a su forma primitiva, te sacaré el yeso de la boca.

La bruja dijo que si a todas las condiciones, pero Bernardo no se fiaba bastante y Dolors fue a buscar a los soldados del rey, los cuales se encargaron de que cumpliera su palabra. Después, lanzaron al fuego su escoba y a ella la echaron lejos de las fronteras del Reino, y nunca más pudo hacer mal a nadie, porque se quedó con la boca seca.

Y a la ciudad de Rosa se celebran brillantes fiestas en honor de los valientes hermanos Bernardo y Dolors.

Fin

 

La bruja en "jet"

En esta casa ruinosa

vive una bruja canosa.

Hasta ayer tenía encerrado

un embrujo con candado.




El candado se rompió

y el embrujo se escapó.

¡Pobre bruja sin embrujo!

¿Se acabó el mal que produjo?

 

Esta bruja tonta y sola

no viaja más en escoba.

Y como lo puedes ver

ahora solo viaja en "jet".

¿Adónde ha ido a parar

esta señora en su andar?

Me lo ha dicho un mensajero

venido del extranjero.

 

En otra casa ruinosa

de una villa muy famosa,

ella instaló su taller,

con sus "cucos" otra vez.

 

Tiene una mona vestida

de mucama divertida,

y un sapito de portero,

que juega con un balero.

 

Pero no hace maleficios.

Ha perdido hasta su oficio

de armar líos ella sola.

¡Pobre bruja sin escoba!

La bruja de la televisión

La bruja apareció en la televisión y Tomás se asustó creyendo que en cualquier momento la bruja lo miraría directamente a los ojos para decirle que ella conocía todas las maldades que él había hecho durante ese día. Pero, la bruja encerrada dentro del televisor parece que ni siquiera se dio cuenta que Tomás la miraba y continuó como si nada, preparando sus embrujos.

Tomás entonces descansó un poco y se sintió mucho más tranquilo. Nadie le iba a contar a su mamá cuando llegara que se había comido todas las galletas que ella guardaba en la cocina, y podría perfectamente echarle la culpa a algún malvado ratón.
Además, nadie le diría tampoco del vidrio roto de la ventana del comedor, y él se podría hacer el leso como si no lo supiera.

Pero, entonces, cuando volvió de nuevo a poner atención a la televisión, de repente, la bruja lo apuntó a él directamente con su feo y arrugado dedo y con una voz de vieja bruja terrible le gritó: " pórtate bien o si no ..." Tomás no podía creerlo y se asustó tanto que cuando llegó su mamá lo primero que hizo fue contarle que él se había comido todas las galletas y quebrado el vidrio de la ventana del comedor.

El se esperaba un buen reto, pero en vez de eso su mamá le dio un gran abrazo y lo besó. No para felicitarlo por las maldades que había hecho, porque estaban mal, sino porque quería decirle con eso que estaba muy feliz de tener un hijo que fuera honesto y valiente y que se atreviera a decir siempre la verdad.

Y desde ese día Tomás se portó mucho mejor. No hizo más maldades y no le tuvo tampoco más miedo a la bruja de la televisión.

Cuento de "el esqueleto de visita"

Un día conocí un esqueleto, en el parque. Estaba sentado en un banco de piedra, rodeado de palomas blancas, y sonreía, pensativo. Me pareció muy raro encontrar un esqueleto en pleno parque, dando de comer a las palomas, y tan risueño y tranquilo, como si se acordara de una broma, solitario, en mitad de la tarde. Yo trabajaba de cartero; ya había repartido las cartas del día, y me sentía algo aburrido. De manera que fui a sentarme a su lado, para distraer las horas. No demoramos en conversar. Me dijo que no tenía nombre. "Ningún esqueleto lo tiene", dijo, y cuando el sol desapareció detrás de las nubes rojizas, se lamentó del frío. Sus dientes castañeaban. Se puso de pie y me propuso que fuéramos a tomar una tacita de chocolate, en cualquier lugar. "Tranquilo –me dijo–. Yo invito". Lo contemplé de soslayo: no vi que llevara bolsillos, ni mucho menos dinero. Pero eso no me importó. Al fin encontramos un restaurante que anunciaba: Chocolate caliente a toda hora. Al entrar muchos comensales quedaron boquiabiertos. Algunas señoras gritaron; una de las meseras dejó caer una bandeja repleta de tazas; las tazas se volvieron trizas; varias rodajas de pan, queso y mantequilla, quedaron esparcidas por el piso. "¿Qué pasa?" pregunté, abochornado, aunque ya adivinaba a qué se debía aquel alboroto. "¿Quién es ése?", me respondieron a coro, señalando a mi amigo.
"Perdón –dijo él–. Yo puedo presentarme solo. Soy un esqueleto. Tengan todos muy buenas tardes".

"Oh –se asombró una señora, que llevaba un perrito faldero, de pelo amarillo, adornado con un collar de diamantes–. No puede ser. Un esqueleto que habla".

Pues sí –dijo mi amigo, encogiendo los omoplatos–. “En realidad todos los esqueletos hablamos". Avanzó parsimonioso, como si el equívoco hubiese quedado definitivamente esclarecido, y eligió una mesa, precisamente junto a la señora, y se sentó, con un gran ruido de huesos saludando. Después tuvo la ocurrencia de alargar los huesos de la mano y hacer juegos al perrito. Le dijo: "Qué lindo esqueleto de perro eres". Y el perrito ladró, enfurecido, crispándose igual que un tigre. La señora se lo llevó al pecho, como si lo protegiera de la muerte. "Vaya –dijo mi amigo el esqueleto–, parece que su perrito no es de muy buen humor". Su voz era opaca, profunda, pero amistosa. Hablaba como si ya nos conociera a todos, desde hace milenios; como la voz de un amigo; como si un amigo nos hablara por teléfono, desde muy lejos. La señora no se dignó responder. Se levantó de su silla y atenazando al perrito con todas sus fuerzas, le dijo: "Vámonos, Muñeco, lejos de este comediante disfrazado de esqueleto". El perrito volvió a ladrar, irritado, como si respondiera: "Larguémonos ya". Pero mi amigo el esqueleto elevó la voz, honda y húmeda, y aclaró: "Señora, no soy ningún comediante. "Soy sencillamente un esqueleto".

El rostro de la señora, encendido y huraño como la cara de su perrito, se volvió y replicó: "¿De qué manicomio se ha escapado usted?". Y después se esfumó, con todo y perrito.

Muchos otros comensales siguieron su ejemplo.

Mi amigo el esqueleto se acongojó; resopló; resonaron sus huesos; se rascó el occipital y meneó la cabeza. Pude oír repicar la decepción en su huesudo rostro; los huesos de su mandíbula parecieron alargarse. Suspiró, como el múltiple chasquido de una maraca, y me invitó con un silbido a que tomara asiento junto a él. "En esta vida todo es tan sencillo” –dijo–. "Yo no sé por qué las gentes se complican". No respondí. Hubo un silencio incómodo. "Bueno –le dije, procurando consolarlo–, es mejor que ese perrito se haya ido; pudo haberse aprovechado de los huesos de su mano". El esqueleto sonrió con los dientes.

"Pierda cuidado –dijo–, sé cuidarme solito". Levantó el dedo índice y pidió a la rubia mesera dos tacitas de chocolate, por favor, sea amable. Y sin embargo la mesera nos susurró que tenía órdenes expresas de no atendernos, y que incluso el dueño del restaurante exigía que nos fuéramos inmediatamente.

"Pero si aquí hay chocolate a toda hora", dije.

"Sí –me respondió ella–. "Pero no hay chocolate a toda hora para ustedes".

"Lo suponía –terció mi amigo el esqueleto–. "Siempre ocurre lo mismo: desde hace mil años no he logrado que me ofrezcan una sola tacita de chocolate". Y nos incorporamos, para marcharnos.

Bueno, lo cierto es que yo me preguntaba cómo haría el esqueleto para beber su tacita de chocolate. ¿Acaso el chocolate no se escurriría por entre sus costillas desnudas? Pero preferí guardar ese misterio: me parecía indiscreto, fuera de tono, preguntar a mi amigo sobre eso. Le dije, por el contrario: "¿Por qué no vamos a mi casa? "Lo invito a tomar chocolate".

"Gracias –dijo, con una breve venia–. "Una persona como usted no se encuentra fácilmente, ni en trescientos años".

Y así nos pusimos en camino hasta mi casa, que no quedaba lejos.

(Ya dije que yo era cartero. Pero nunca había tenido la alegría de entregarme una carta yo mismo: nadie me escribía, ni me llamaba por teléfono. Mi única amiga era mi mujer; de manera que un amigo esqueleto resultaba algo desconocido para mí; disfrutaba de la idea de tener el esqueleto como amigo).

Durante el camino el esqueleto siguió lamentándose del frío.

– ¿Por qué no usa un vestido? –le pregunté.

– Ojalá eso fuera posible –repuso con nostalgia–, pero ningún vestido me sirve. Ningún vestido tiene la talla de ningún esqueleto.

La gente detenía su paso para contemplarnos. Un niño, desde la ventanilla de un autobús, me señaló: "Mamá, ese hombre camina con un esqueleto".

Me sentí algo cohibido. Nunca en mi vida había sido el centro de atracción. Pero mi amigo el esqueleto sí parecía acostumbrado.

– Notará usted que nos señalan –dijo–, no sé por qué les causo pavor si, en definitiva, cuando desaparecen las caras todos los esqueletos son iguales.

Es verdad, pensé, abrumado. Por dentro mi esqueleto no podría diferenciarse gran cosa de la facha de mi amigo: sonoro, pero tranquilo, caminando serenamente por las calles, a la búsqueda de una tacita de chocolate.

Llegamos a casa cuando anochecía.

Mi mujer abrió la puerta y pegó un alarido.

– Tranquila –dije–, es solamente nuestro amigo el esqueleto de visita.

Mi amigo sonrió con la mejor de sus sonrisas. Los huesos de su boca parecieron sonajeros; hizo una gran venia, que a mí se me antojó desmesurada, cogió delicadamente con los huesos de sus dedos la mano de mi mujer y se dobló con gran estrépito de fémures y la besó con sus dientes desnudos. Tuve que inclinarme veloz para atrapar a mi mujer en el aire, pues se había desmayado. Ayudado por el esqueleto la cargamos hasta la cama. Le di a oler un frasquito de sales. Mi mujer se recuperó sin mucho esfuerzo, tembló, parpadeó, arrojó un tibio suspiro, abrió los ojos, vio al esqueleto y volvió a desmayarse. Yo iba a reñirla, por su falta de ánimo, cuando mi amigo puso una de sus frías manos en mi hombro y dijo, con su voz más profunda: "Tranquilo, eso les pasa siempre a las mujeres cuando les doy un beso en la mano. Perdóneme. "Creí que su mujer era tan amigable como usted". Salimos de la habitación y nos sentamos en la salita, a esperar que mi mujer despertara de nuevo.

Y, en efecto, poco más tarde oímos su voz. Hablaba por teléfono, con su madre.

– ¡Mamá! –decía–. ¡Soñé que un esqueleto me besaba la mano! ¡Sí! ¡Un esqueleto! ¡Fue horrible! ¡Peor que una pesadilla!

El esqueleto y yo cruzamos una mirada significativa, y luego lanzamos, al tiempo, la misma risita de cómplices: tremenda sorpresa iba a darse mi mujer cuando saliera y...

– ¡Ay! –volvió a gritar ella, de pie, ante nosotros, pellizcándose las mejillas como si deseara comprobar si de verdad seguía despierta.

– Oye –le dije–. No te desmayes otra vez. Te repito que este es nuestro amigo el esqueleto y lo he traído a que se tome una tacita de chocolate; desde hace mil años nadie ha querido convidarlo a una tacita. Ven y te lo presento. Siéntate a nuestro lado.

Mi mujer me miró sin dar crédito. Pero después tragó saliva, respiró profundo, y se decidió: Caminando en la punta de sus zapatos se acercó a nosotros, saludó nerviosamente al esqueleto y se sentó.

– Hace un buen tiempo, ¿cierto? –preguntó–. En ese preciso instante empezaba a llover; truenos y relámpagos se anudaban y estallaban relumbrando como azules cataratas contra el vidrio de las ventanas. Un frío de pánico nos estremeció.

"Sí, por cierto –dijo el esqueleto, condescendiente–. "Hace un tiempo magnífico". Y empezamos a charlar. Nuestro amigo resultó un gran conversador: desplegó un ingenio absolutamente encantador; su voz era un eco acogedor; debía de ser el esqueleto de un poeta, o algo así; mi mujer olvidó la desconfianza y se divirtió de lo lindo escuchando sus proezas, sus anécdotas de viaje, sus experiencias de esqueleto conocedor.

Pues conocía todos los países. Era, en realidad, un hombre de mundo, o, mejor, un esqueleto de mundo. Había participado en todas las guerras, discutió con Platón, cenó en compañía de Shakespeare, danzó con la reina Cleopatra, se emborrachó con Alejandro Magno, incluso viajó a la luna, de incógnito, en 1968, y además presenció el diluvio: fue uno de los pocos que se salvaron en el arca de Noé. Mi mujer soñaba oyéndolo, deslumbrada. "Es usted inigualable", dijo, con sinceridad. "Oh", se complació el esqueleto (y yo diría que se ruborizó). "Gracias –dijo–, pero todos somos los mismos esqueletos. "Mil gracias de todos modos".

Yo le recordé a mi mujer que había invitado a nuestro amigo a un chocolate. Ella sonrió y prometió traernos el mejor chocolate con canela del mundo, mucho más delicioso que el que preparaba la reina Cleopatra: Y fue a la cocina.

Propuse mientras tanto a nuestro amigo que jugáramos un partido de ajedrez. "Oh sí –dijo–, no hace mucho jugué con Napoleón y lo vencí". Y ya disponíamos las fichas sobre el tablero, contentos y sin prisa, en el calor de los cojines de la sala, y con la promesa alentadora de una tacita de chocolate, cuando vi que mi mujer me hacía una angustiosa seña desde la cocina. Inventé una excusa cualquiera y fui donde ella.

– ¿Qué sucede? –le pregunté.

Ella me explicó enfurruñada que no había chocolate en la alacena. "Esta mañana se acabaron las dos últimas pastillas –me susurró–, ¿no te acuerdas?". Yo ya iba a responder cuando, detrás de nosotros, sentimos la fría pero amigable presencia del esqueleto. "No se preocupen por mí –dijo, preocupadísimo, y se rascó los huesos de la cabeza–. No me digan.

Sé muy bien lo que sucede. No hay chocolate. Y ninguno de ustedes tiene un centavo para comprar tres pastillas de chocolate, una por cada taza. "No me digan".

Mi mujer y yo enrojecimos como tomates. Era cierto. En ese momento ninguno de los dos tenía un solo peso.

– Ya es costumbre para mí –dijo el esqueleto–. Esta es una época difícil para el mundo.

Pero no se preocupen, por favor. Además, debo irme. Acabo de recordar que hoy tengo la oportunidad de viajar a la Argentina, y debo acudir. Ustedes perdonen. Fueron muy formales. Muy gentiles.

Su voz era cálida, aunque cada vez más distante, una especie de voz en el agua; como si su voz empezara a desaparecer primero que sus huesos. Y nos lanzó la mejor de sus sonrisas y se dirigió a la puerta y regresó y volvió a despedirse y de nuevo se dispuso a marchar a la puerta –en medio de otra sonora sonrisa–, de modo que sus huesos como campanas iban de un lado para otro, indecisos, igual que su despedida. A pesar de su alborozo aparente, a mí me pareció un poco triste; acaso estaba cansado de caminar por el mundo desde hace mil años, sin que nadie lograra facilitarle al fin una tacita de chocolate.

Nos dijo, antes de retirarse definitivamente, que esa misma noche viajaría de incógnito, en un circo, a la Argentina. "Me gustan los circos –dijo–. Prefiero viajar en los circos, puedo pasar inadvertido, muchas veces me confunden con payaso, "lo que me hace reír".

Nos hizo una graciosa venia de poeta, y esta vez mi mujer se dejó besar la mano sin desmayarse. En la noche, borrascosa y fría, vimos a nuestro amigo desaparecer, lentamente, como su voz, iluminado a pedazos por las bombillas nocturnas. Entonces oímos un grito.

Era una mujer, una vecina, que acababa de descubrir al esqueleto en la mitad de un ramalazo de luz.

La vimos pasar corriendo, como alma en pena.

– ¡Un esqueleto! –nos gritó aterrada–. ¡He visto un esqueleto!

– Quédese tranquila –repuso mi mujer–. Ese esqueleto es todo un príncipe. Acaba de visitarnos. Se va en un circo a la Argentina.

Después, ya a solas, pensamos que hubiera sido bueno decir a nuestro amigo que volviera cualquier día, cuando quisiera, y que siempre sería bienvenido. Pero ya el esqueleto había desaparecido. De cualquier manera, si en las noches de tormenta golpean a la puerta, mi mujer y yo guardamos la esperanza de que sea nuestro amigo. Pues desde entonces le tenemos una tacita de chocolate, para el frío.

La brujita juvenil

En el bosque hay mucha oscuridad, incluso al mediodía pues los árboles detienen la luz del sol.

Más adentro del bosque, las ramas de los árboles parecen brazos y las raíces parecen piernas de unos gigantes.

En lo más profundo de este bosque hay un árbol particularmente extraño pues tiene dos nudos que parecen ojos, una pequeña ramita cortada que parece una nariz y un agujero profundo que parece una boca.

Este agujero no es muy grande y aunque cabe la mano de un niño, de ninguna manera cabe la mano de un hombre fornido.
Si entramos por este agujero ( suponiendo que fueramos enanitos y pudieramos entrar ), veríamos una salita seguida de una habitación o alcoba.

Sobre una pequeñísima camita dormía un mal sueño una brujita, no mayor que la mano de un niño.

Esta brujita se despertó muy maluca y sientiéndose muy enferma y muy mal, no sabía dónde estaba, ni que hora era, ni en que día iba la semana.

Sentía nuestra brujita un terrible dolor de cabeza y un mareo. Cuando se levantó de la camita casi se cae al suelo.

Lo primero que hacen estas brujitas en este bosque cuando se levantan de la cama es mirarse en el espejo, pues son muy vanidosas.

Brujita vió que estaba sumamente fea y se alegró mucho, pues ella se creía la brujita más aterradora y estaba muy orgullosa de serlo.

Nuestra Brujita tenía exactamente cien añitos, acabados de cumplir, pero como estas brujitas viven hasta los mil años, entonces podemos considerar que era como una niña de 15 años, para los seres humanos.

Estas brujitas se van poniendo más bonitas a medida que envejecen y eso no les gusta. Lo que admiran es a las 'cienañeras'. Pues como dijo una de las brujas más viejas de 900 años, y lo dijo con mucha envidia : "Todas las cienañeras son aterradoramente feítas".

Nuestra Brujita se alegró mucho de verse tan fea en el espejo, pues estaba muy despeinada y además la enfermedad la hacía ver más fea todavía.

Fué entonces cuando sintió una gran sed y mucho calor, se tomó un caldo mágico que tenía en el caldero y se sintió mucho mejor. El dolor de cabeza se le empezó a quitar y se le fué el mareo y la debilidad.

Pero el calor no se le quitó con la bebida caliente y fué entonces cuando decidió salir a dar un paseo volando en su escoba.

Afuera estaba muy oscuro, pero Brujita no sabía que hora era. Con el viento que da volar en una escoba se fué refrescando y empezó a sentirse feliz, contenta de la vida, de su juventud y de su horrible feura.

Mientras Brujita volaba en su escoba, la cabeza empezó a despejársele y entonces empezó a recordar que había pasado.

Le habían celebrado su fiesta de 'cienañera' y había sido la reina del bosque. La más fea de todas. Numerosos murciélagos y sapos habían sido invitados como músicos y habían bailado locamente cientos de brujitas.

La fiesta fué muy ruidosa y animada con ranas croando y chillidos aterradores que es la música de estas brujitas.

Pero lo último que Brujita podía recordar es que habían echado muchas hierbas y honguitos en un gran caldero al fuego. Y ella había tomado mucho de ese brebaje........

El cielo estaba muy oscuro pero de pronto cayó un rayo y todo se iluminó, volvió a caer otro rayo y era como la luz del día, pero el cielo se veía muy nublado.

Empezó una terrible tempestad y los rayos iluminaban el vuelo de nuestra Brujita. Había vientos horribles. Pero a todas las brujas les gustan las tempestades y ellas mismas las provocan y llaman.

Brujita creía que estaba de noche, pero los fuertes vientos se llevaran las nubes negras y entonces apareció un cielo esplendorosamente azul y un fuerte sol de mediodía.

Pero a las brujas no les gusta el Sol, ni la luz, ni el Mediodía y Brujita voló rapidamente de regreso a su casa.

Cuando llegó a su casa durmió y descansó un poco más de la fiesta tan loca y fatigosa en que había sido la Reina.

Ya empezaba a anochecer de verdad, cuando la despertaron unos gritos alegres de : "Viva Brujita !, Viva la más Fea !, Viva la Cienañera" y era un gran cantidad de brujitas jóvenes ( entre 90 y 110 años ) que venían a sacarla para hacer un vuelo de honor por su principal y más inolvidable cumpleaños.

La brujita buena

Que buena era la brujita Carmencita, entre todas la brujitas que escondian los libros de los niños, les hacian comer muchos dulces, y les hacian pelear, ella era la que intentaba que las malitas, como Julieta, Panchita y Dorotea se portaran mejor. Pero no, no servia de nada.

Las tres brujitas malas reian y reian al ver a los niños peleandose y echandose la culpa los unos a los otros por aquel lapiz perdido, por aquel libro roto, o por que le habian pegado con la pelota por
la espalda.

Pero eran ellas, no eran los niños los que cometian tales travesuras.

Que debo hacer pensaba Carmencita, con su gorrito muy largo rosado, y su vestidito vaporoso verde y amarillo, despeinada de tanto correr de un lado a otro siguiendo a sus hermanas, las brujitas malas, tan malas que la hacian rabiar.

Hasta que un dia les dio una cucharada de su propia medicina.

A ver, a ver. Ya esta! tengo una ideal genial....

Mientras Julieta, Panchita y Dorotea dormian, Carmencita tomo sus sombreros y sus varitas magicas, y las escondio en un armario muy viejo que hace tiempo no abrian.

Se acosto tambien y se hizo la dormida.

Cuando se despertaron sus hermanas y fueron a ponerse sus sombreros y a recoger sus varitas magicas, no las encontraron.

Como sabian que Carmencita no hacia esas cosas, sospecharon las unas de las otras, entre ellas y comenzaron a pelear...

- Julieta, donde esta mi sombrero.
- Y como voy a saberlo yo, donde esta mi varita magica, tu la tienes, lo se.
- Dorotea, tu tienes mi sombrero, preguntaba Panchita muy enojada

Y las tres comenzaron a pelear.

En eso vieron a Carmencita riendose muy divertida, no podia parar de reir. Abrio la puerta del armario y ahi estaban sus varitas y sombreros.

Las tres muy apenadas conversaron, y se dieron cuenta del mal que le habian hecho a los niños al hacerles pelear sin razon.

Unieron sus manitas las tres y decidieron ser como Carmencita desde ese momento.

- Gracias Carmencita, dijeron las tres al mismo tiempo.

- A su orden, contesto Carmencita muy orgullosa.

FIN

 

Laberinto

Laberinto

 

 

Me he perdido... ¿ Me ayudas a encontrar la salida?

Bingo

Bingo

 

 

 

Le daremos a cada niño o grupo de niños una cartilla de bingo ( como la del modelo) diferente con dibujos relacionados con Halloween y jugaremos al bingo. De este modo pretendemos afianzar los conocimientos adquiridos, así como que conozcan un poco más sobre esta fiesta. Al ser de la especialidad de Lengua Extranjera, esta actividad la podremos realizar en español o en Inglés, depende de lo que queramos trabajar